Todo el mundo sabe que las esposas de Enrique VIII no tuvieron mucha suerte en la vida
La primera fue repudiada y humillada después de veinte años de matrimonio, una murió de parto y a otras dos las mandó decapitar. Pero hay una, una sola, a la que las cosas le salieron muy, muy bien. No solo porque consiguió salvar el pellejo, sino porque consiguió que el rey le diera una inmensa fortuna, y encima, no tuvo que acostarse con él ni una sola vez.
La mujer se llamaba Ana de Cleves. Era una princesa alemana que, dicen, era tan repulsiva físicamente que al rey se le cayó la cara al suelo cuando la vio por primera vez.
Lo sucedido es el equivalente moderno a conocer a alguien en Tinder y descubrir que no tiene nada que ver con la foto del perfil. Era el año 1540 y Enrique VIII necesitaba una nueva esposa después de haber perdido a la tercera. Su consejero le convenció para que se prometiera con la hermana del duque de Cleves, Guillermo. Era lo más adecuado para Inglaterra y para cimentar la transición hacia el protestantismo. El rey era caprichoso y no quería casarse con una mujer que no le gustara físicamente, de modo que envió a su retratista, Holbein, para que pintara a la princesa.
Cuando Holbein volvió con este retrato, Enrique VIII se quedó cautivado. No tenía ni idea de que le estaban haciendo lo que hoy se conoce como Catfish.

Enrique, que llevaba meses soñando con su futura esposa, guardó la compostura cuando la vio por primera vez. Pero luego, en privado, gritó las palabras que pasaron a la historia: «I like her not!». No me gusta. Entonces descubrió, para su horror, que era demasiado tarde para cambiar de idea. Ana de Cleves había llegado a Inglaterra para casarse con él: no podía decirle que se fuera por donde había venido.
Esta es la parte que más fascina a los historiadores. ¿De dónde venía este rechazo? ¿Tan fea era la pobre mujer? Ana Bolena, la segunda esposa del rey, tenía chispa y era atractiva, pero todos los que la veían decían que físicamente no tenía nada especial. Jane Seymour, con la que se casó después, era tan corriente que los embajadores extranjeros decían que no entendían qué veía el rey en ella.
De Ana de Cleves solo existen dos retratos. El primero, exagerado para deslumbrar a Enrique VIII y otro que sí que la muestra desde una luz menos favorecedora. La versión más sensata de la repulsa del rey es la que dice que Ana no era tan, tan, tan fea, sino que tenía la cara llena de marcas de viruela. Dicen que el tocado capilar alemán tampoco ayudó mucho: se consideraba poco favorecedor porque hacía que la cara pareciera demasiado alargada y no dejaba ver ni un milímetro de cabello.

Desde que llegó a Inglaterra hasta que la boda se produjo, la princesa no se dio cuenta de lo que estaba pasando. No solo era bastante inocente, sino que no hablaba una palabra de inglés. Eso es genial porque así se libró de escuchar las palabras que Enrique VIII dijo sobre ella después de la noche de bodas en la que se dieron un besito y luego se fueron a dormir (OMG):
- Si antes no me gustaba, ahora me gusta todavía menos. No es nada guapa y huele mal. Hay pistas que me dicen que no es tan joven, como la flacidez de sus pechos. No puede despertar ningún deseo carnal en mí.
Hagamos una pausa para recordar que los archivos demuestran que la pobre Ana no era la única que olía mal. El rey, a los 49 años, ya había perdido todo el atractivo de la juventud, su sobrepeso empezaba a ser preocupante («en su armadura cabrían dos o tres hombres gruesos», escribió alguien), y tenía una herida infectada en la pierna que los médicos no conseguían curar del todo y que no olía precisamente a lavanda.
La historia es tan rara que ni siquiera la ficción ha conseguido hacer comprensible el rechazo de Enrique VIII hacia su cuarta esposa. En Los Tudor, lo tuvieron realmente complicado con la mujer que interpretaba a Ana, Joss Stone, ciertamente guapa y joven. Lo intentan salvar echándole la culpa a la altura de la princesa. Como era demasiado alta y grandota, a Enrique no le gustaba porque parecía «un caballo».

Aunque Enrique ya llevaba pensando en anular el matrimonio desde el primer día, el proceso se aceleró cuando empezó a fijarse en una de las damas de Ana, Catalina Howard, una jovencita de quince años a quien su familia había traído a la corte precisamente para eso: para que Enrique se encaprichara con ella.
Ana se quedó aterrorizada cuando supo que el rey deseaba repudiarla. Normal, teniendo en cuenta que el mensajero la despertó bruscamente en mitad de la noche para darle la noticia. Supo reaccionar rápido y mostrar una inteligencia soberbia a la hora de redactar su respuesta mostrándose a favor. Era importante obedecer y no interponerse en su camino: Enrique era un hombre peligroso cuando quería librarse de una mujer y Ana lo sabía. Pero tampoco iba a ser sensato mostrarse demasiado a favor de separarse de él. Era el rey de Inglaterra y mimar su ego era necesario. «Aunque vuestra decisión me causa un gran dolor y pesar, debido al amor que siento hacia vuestra noble persona me someto a vuestra voluntad y espero continuar teniendo el honor de recibir vuestra presencia».
El rey se quedó tan impresionado por esta muestra de diplomacia que convirtió a Ana en una de las mujeres más ricas del país, permitiendo que viviera como una reina, con su propia corte, varios castillos y una pensión de 4.000 libras anuales. También dejó que conservara toda la cubertería de oro, joyas y perlas que había recibido durante su matrimonio. Los embajadores que la visitaban en su nueva residencia se quedaban atónitos al ver cómo la ex reina lucía un vestido nuevo cada día. «Está más feliz que nunca«, escribió uno, perplejo. «Tiene una variedad de ropa sorprendente y pasa el tiempo libre recreándose y practicando actividades».
Esto es lo que ahora se llama living her best life.

Gracias a esa aduladora sumisión, Ana de Cleves se ganó el afecto de Enrique VIII, que la tuvo en muy buena consideración durante el resto de su vida. Los dos intercambiaban cartas y regalos y cuando la quinta esposa del rey fue ejecutada, algunos embajadores volvieron a apostar por Ana como reina. «Está más hermosa que nunca y ha demostrado que sabe comportarse con sabiduría», escribió el embajador francés, dando el OK a la operación. «No veo favorable que eso ocurra. Ana se ha aficionado demasiado al vino y a otras indulgencias», dijo el embajador español, aludiendo a un gran aumento de peso.
Se sabe que le encantaba comer por la cantidad de dinero que gastó en remodelar su cocina Tudor, a la que equipó con tres chimeneas y una sala de pastelería. Tenía una impresionante despensa llena de vinos de todas las clases, especias como jengibre, clavo, canela y pimienta, harina de trigo de la mejor calidad y una lista de exigencias
Nunca hubo reconciliación y cuando Enrique VIII murió en 1547, la suerte de la princesa cambió, como era de esperar. El nuevo rey no estaba por la labor de dejar que viviera del cuento y le quitó la mitad de sus propiedades. Acostumbrada a un nivel de vida extremadamente lujoso, Ana de Cleves no tardó en acumular deudas e ir corta de dinero. De nuevo, mostró su capacidad de adaptarse a los cambios cuando la hija de su ex marido, María la Sanguinaria, subió al trono en 1553: la protestante Ana se convirtió al catolicismo rápidamente. Murió en 1557; por desgracia, no le dio tiempo a ver cómo su hijastra, Isabel, a la que quería mucho, se convertía en reina solo un año después.

Quizá fue la menos agraciada de las mujeres de Enrique VIII, pero queda claro que fue la más afortunada y la más lista.
Me matas con las comparaciones de Tinder, el catfish de ahora y Ana living her best life, qué buena jajaja!
No conocía su historia pero me parece súper interesante… Qué jefaza Ana! Ahora tengo curiosidad por saber cómo hizo que Holbein la retratara más agraciada siendo que era el retratista personal del rey y él conocía bien sus gustos…
Me encantan estos posts! ♥️
Me encanta el post! Hay muchos ejemplos en la historia que nos pueden servir a nosotras ❤️