Me suelen llegar preguntas acerca de mi dieta. ¿Libre de hidratos? ¿Sin lácteos? ¿Qué alimentos suelo comer, y cuáles son los que nunca consumo?
En realidad, no sigo una dieta organizada en una hoja de papel, con cantidades pesadas en gramos. Es un estilo de vida que he adquirido después de haber pasado mucho tiempo sin cuidarme. He ido aprendiendo lo que me sentaba bien, lo que no, y lo que aparentemente no me hacía ningún daño pero que no era bueno para mí.
Me gusta mucho comer, me niego a pasar hambre y no soporto limitar las cantidades. Las restricciones se basan más en evitar ciertos alimentos, en lugar de reducir el tamaño o la cantidad de lo que me gusta comer.
Empecemos con los lácteos. Por desgracia, soy intolerante a la lactosa. O quizás por fortuna, ya que considero que los lácteos no son tan necesarios como la industria alimenticia nos ha hecho creer. Cuando descubrí esta intolerancia se me cayó el mundo encima, pero al final, no es para tanto: se puede tener el problema perfectamente bajo control. Todos los supermercados tienen leche sin lactosa. Para todo lo demás, existen cápsulas que ayudan a digerir la lactasa, el azúcar presente en la leche, que los intolerantes tenemos dificultad para digerir.
Aunque lo llevo bien, considero que el cuerpo es sabio. No me gusta tomarme a la ligera las advertencias que hace. Con el tiempo, he ido dejando de lado la leche de vaca, sin lactosa y con lactosa, y me he aficionado a las leches vegetales, especialmente la de coco, mi favorita.
Quitando el cerdo, que nunca consumo, me gusta comer todo tipo de carne. De hecho, me encanta la carne. He tenido dificultades por falta de hierro, así que si paso unos días sin comer carne, me entra un hambre voraz.
Me cuesta mucho comer pescado, pero suelo tomar atún y sobre todo, salmón en grandes cantidades. Dicen que cada vez más dermatólogos aconsejan a sus clientas que coman salmón todos los días para tener una piel joven y tersa. Su relación con la belleza está demostrada, al ser un pescado rico en ácidos grasos.
Me enloquece el sushi y voy a cenar a un restaurante japonés al menos una vez por semana. Evito las piezas repletas de cosas, prefiero el sushi sencillo, con aguacate, salmón y otro tipo de pescado, sin salsas, mayonesa, queso graso…
Los hidratos son un dolor de cabeza constante, ya que me chiflan, pero no me sientan bien. Mi cuerpo no termina de digerirlos, aunque oficialmente, no tengo ninguna intolerancia hacia ellos. También me pasa con las legumbres. Suelen provocarme pesadez, somnolencia e inflamación. Siendo sincera, funciono mucho mejor cuando los dejo de lado.
La explicación a este problema, que tiene mucha gente, llegó cuando se puso de moda la dieta Paleo. Es un régimen basado en la alimentación de nuestros ancestros del Paleolítico, con los que seguimos teniendo en común el 98% del ADN.
En el Paleolítico no había legumbres, ni arroz, ni pan. Dicen que ésa es la razón por la que el ser humano tiene dificultades para digerir esos alimentos, que curiosamente, son la base de nuestra dieta según las pirámides nutricionales.
Algo que me vino genial fue sustituir el trigo por la espelta. Puedo decir que la espelta fue el descubrimiento nutricional más importante que hice ese año. Aunque la espelta pertenece al mismo género que el trigo, es un cereal mucho más saludable y con más propiedades nutritivas. Está muy de moda porque muchos estudios médicos certifican la mejoría en los pacientes que cambiaron el trigo por la espelta. Y os puedo asegurar que es cierto. El trigo que consumimos hoy en día está demasiado manipulado genéticamente como para considerarse sano.
Si como arroz, elijo siempre la variedad basmati.
Con lo que flaqueo un poco es con el consumo de fruta y verdura. Solo gracias a los zumos verdes, cumplo con las cinco raciones diarias recomendadas. Me las arreglo para comer kiwi, plátano, espinacas, manzana, lechuga, menta, apio y piña. Los zumos verdes los compro prensados en frío, ya que conservan las propiedades intactas, o los preparo yo misma. Dos o tres veces por semana, como acompañamiento al plato principal, ceno zanahorias hervidas con limón. También me encantan los aguacates y los considero imprescindibles para el cuidado de la piel, pero a veces me cuesta encontrarlos maduros.
Necesito cafeína para empezar la jornada en condiciones. Lo que he hecho ha sido reducir la cantidad de café, y ahora solo tomo el imprescindible, que es el de la mañana. Lo necesito para funcionar bien. Para sacarle el máximo provecho, le añado una cucharada de insulina, un prebiótico natural que el cuerpo asimila como fibra.
Hace mucho, mucho tiempo que huyo del azúcar. Me parece pésimo para la salud, engorda, y además, nunca me ha entusiasmado. Me he llevado más de un susto con la cantidad de azúcar añadido que llevan algunas bebidas o preparados saludables, y os aconsejo que estudiéis bien lo que compráis. Al final del día, la cantidad de cucharadas que tomamos sin darnos cuenta es alarmante. Como sustituto, adoro la stevia y a veces compro azúcar de coco.
Reservo un par de días al mes para grandes caprichos, sin límites. El día elegido suele ser algún viernes por la noche. Es el día de comer mexicano, pollo frito, pizza, comida árabe, hamburguesas… Solo vamos a vivir una vez, y las restricciones totales y al 100% nunca son buenas. Lo que sí que no tolero es la bollería industrial, de la que no vamos a obtener absolutamente nada bueno y que me parece un peligro. Os recomiendo que leáis un poco sobre el aceite de palma para entenderlo bien.
Mi consejo es simple: comed lo que os apetezca, pero escuchad a vuestro cuerpo. No le hagáis daño de forma gratuita. Solo tenéis que encontrar el equilibrio, para poder cuidar vuestra dieta sin renunciar a lo que más os gusta.
Pero tenéis que tener claro que comer cosas calóricas y poco sanas tiene sus consecuencias, y tenéis que ser coherentes con lo que queréis ver delante del espejo. Incluso las mujeres de metabolismo privilegiado notan los excesos antes o después. La mala alimentación viene a cobrar la factura tarde o temprano, no lo olvidéis.