Cuando descubrí ser intolerante a la lactosa se me cayó el mundo encima. ¿Cómo vivir con un problema que al principio parece tan difícil?
Todo empezó con una hinchazón abdominal muy extraña: parecía una embarazada de cinco meses. Lo más raro es que me levantaba con la tripa totalmente normal. Era a lo largo del día cuando se inflaba de esa manera tan bestia. A medida que pasaban los meses, me di cuenta de que había engordado casi cinco quilos, lo que es bastante raro en mí, y me salió celulitis en la parte delantera de los muslos, que yo jamás había tenido. ¿Qué me estaba pasando?
Era obvio que el problema estaba en mi alimentación. Buscando una solución, decidí comer menos durante el día para fijarme en la respuesta de mi cuerpo. Un día hice una especie de semi-ayuno de café y zumos naturales y para mi sorpresa, me pasó exactamente lo mismo que siempre: esa hinchazón horrible. Entonces se me encendió la lucecita. Era la leche del café. Una semana después, el médico me confirmó que era intolerante a la lactosa. Yo, que bebía casi un litro de leche diario.
Me llevé un disgusto porque me encantan los lácteos, pero estaba tan harta de todas las molestias que tenía que estaba decidida a hacer las cosas bien. Quería recomponer mi estómago y perder el peso acumulado. Aunque al principio fue difícil, mi intolerancia a la lactosa marcó un antes y un después en mi manera de ver la vida.
Somos intolerantes a la lactosa cuando nuestro intestino delgado no produce la suficiente enzima para digerir el azúcar de los lácteos. Ese azúcar se conoce como lactasa. Los síntomas de la intolerancia a la lactosa dependen de la persona. Pueden ser desde hinchazón, flatulencia, dolores intensos, hasta diarrea. Aparte de los efectos inmediatos, también tiene consecuencias a largo plazo si no se detecta a tiempo. El cuerpo responde a una intolerancia no tratada deteriorándose poco a poco. Una mala digestión es algo muy peligroso para el organismo; nos destroza sin que nos demos cuenta. Yo lo noté con esa celulitis horrible que me salió en una zona donde nunca había tenido, y que desapareció poco después.
Por desgracia, la lactosa no se encuentra solo presente en los lácteos que todos conocemos como la leche, el yogur y el queso. Cuando tuve que empezar a fijarme en las etiquetas de lo que compraba, descubrí que muchísimos productos llevan lactosa. El pan de molde, muchos aperitivos de bolsa que me encantaban e incluso el pavo en lonchas.
Ir a comer a un restaurante pasó de ser un placer a una pesadilla. Entendí cómo se tienen que sentir los veganos y vegetarianos todos los días.
Por suerte la industria alimenticia va tomando conciencia de que la intolerancia a la lactosa ya va siendo un problema cada vez más común. Todas las marchas de leche ya tienen su propia versión sin lactosa. Cada vez es más frecuente ver productos dairy-free en los supermercados. Pero todavía estamos a años luz de Estados Unidos, el mejor país para ser intolerante o alérgico.
Me muero de envidia cuando veo las fotos de las intolerantes a la lactosa americanas, y la cantidad de cosas deliciosas que pueden comer allí. Aquí, ni en sueños.
Ahora está de moda decir que los lácteos son el demonio. Que no los necesitamos en nuestra dieta porque somos la única especie que consume leche de otros animales en la edad adulta. Dicen que los lácteos son la causa del acné. Vale. Hay personas que defienden esta teoría que tienen mucha credibilidad para mí, como Kimberly Snyder. Pero últimamente veo a muchos gurús presumiendo de no comer lácteos nunca. Luego veo sus fotos y tienen un aspecto que deja mucho que desear.
No digo que dejar la leche y el queso te vaya a dejar la piel de Giselle Bundchen, pero ponerse tantas limitaciones para que luego no se refleje en nada en el exterior…
Cuando me tocó elegir entre mi salud o el placer momentáneo de meterme un trocito de queso en la boca, decidí hacer lo siguiente. Es la guía de supervivencia para el intolerante a la lactosa.
-Tomar leche sin lactosa para el café de la mañana, y leches vegetales durante el resto del día. La leche de coco es la que más me gusta.
-Adiós al queso.
-Si tengo que ir a cenar fuera, quiero pedir una pizza o lo que sea, cinco minutos antes me tomo una cápsula para digerir la lactosa. Son muy eficaces y se compran en cualquier farmacia. Podéis comer cualquier lácteo que os apetezca, por graso que sea: con esas cápsulas, vuestro estómago lo digerirá todo a la perfección.
Después de descubrir ser intolerante a la lactosa, perdí todo ese peso que me sobraba y que había ganado de forma inexplicable. Eso sí, tuve que trabajar un poco más para quitarme la celulitis y la grasa que se había instalado en algunos sitios con intenciones de quedarse. Nunca sabré si engordé esos cuatro quilos por la intolerancia o porque mi metabolismo estaba cambiando. Supongo que sería por una mezcla de las dos cosas.
Al final ser intolerante a la lactosa ha sido una bendición disfrazada:
-Ha cambiado mi manera de ver la vida.
-Me he dado cuenta de lo mal que estaba llevando mi dieta.
-He aprendido que nuestro aspecto está determinado por lo que comemos.
-He descubierto el mundo vegano y sus ventajas.
-También he probado alternativas deliciosas que me encantan.
Si os gustan los lácteos y no tenéis ningún síntoma ni ninguna prueba de que os estén sentando mal, no tenéis ningún motivo para dejarlos de lado. Pero no olvidéis que los estudios han demostrado que el ser humano no está lo bastante evolucionado como para digerir los lácteos. Hay países donde hasta el 98% de la población es intolerante, como China. La intolerancia mundial a la lactosa parece ser la respuesta a esa obviedad biológica.
Éste es mi punto de vista como intolerante a la lactosa. Si os preocupa el peso, consumid lácteos de vez en cuando. O buscad las versiones desnatadas y bajas en grasa. Pero recordad, si algo no es bueno para vosotras, vuestro cuerpo se encargará de hacéroslo saber. No os autolimitéis ni os prohibáis disfrutar de la vida de forma innecesaria.